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Integradas o ¿no?

En poco tiempo hemos dado la vuelta a la tortilla: ahora doblamos la media comunitaria en residentes no nacionalizados, según datos de la oficina europea de estadística. De hecho, un nada despreciable 12% de nuestra población pertenece a ese amplio colectivo de extranjeros.

Por eso los expertos afirman que la española es hoy una sociedad multicultural en toda regla, donde hombres, mujeres y niños de los cinco continentes conviven en su día a día. Otra cosa es la integración de culturas, que va más allá de la mera convivencia. Se refiere al respeto mutuo entre costumbres y tradiciones, a la relación entre ciudadanos de diferente origen, a un entendimiento que trata de igual a igual a quienes no han nacido en este país pero lo han elegido para asentarse. ¿Una utopía? Sí en opinión de líderes políticos como la alemana Angela Merkel o el británico David Camero, que recientemente proclamaban el fracaso de la sociedad multicultural.

En España, el panorama es distinto. Para empezar, porque somos, junto a los suecos, los países europeos donde se registran menores niveles de racismo y xenofobia, de acuerdo con el informe “Las dos caras de la emigración”. En una escala de 0 a 14, nuestro promedio es de un 2,5, o sea, dos puntos y medio por encima de la calificación “nada racista”. Sin embargo, la crisis económica y la difícil situación del mercado de trabajo parecen estar reduciendo el nivel de apertura ante otras culturas. Es la conclusión de otro informe más reciente, “Evolución del racismo y la xenofobia en España”, elaborado por el Observatorio del Racismo del Ministerio de Trabajo e Inmigración.

En él queda constancia de que avanza una menor receptividad ante el extranjero, al que se le asocia con el deterioro de las condiciones laborales. Y concluye que el 37% de los encuestados son reacios a la inmigración, mientras que el 33% son tolerantes y el 30%, ambivalentes.


Empezar en un país extraño.
Ésta es la teoría, la de los números sobre el papel. Pero, ¿qué experimentan quienes dejan su país atrás para fijar la residencia en España? ¿Se sienten bien acogidos? ¿Consiguen integrarse o hacen su vida sin mezclarse con sus vecinos? Cinco mujeres procedentes de Ecuador, Rumanía, Sáhara Occidental, República Democrática de El Congo y China reflexionan sobre ello.

Cuando llegan a la cita y se presentan entre ellas, nuestras cinco invitadas se muestran desen- vueltas y confiadas, como quien está acostumbrado a tratar con personas de diferente etnia, religión y cultura sin reparar en ello. Es parte de lo que han ganado tras dejar sus países de origen: aprender a enfrentarse a lo diferente con naturalidad y sin miedo. Sin embargo, cuando llegaron a España, no les resultaba tan fácil. “Todo me chocaba: los olores, los sabores, los paisajes… Y eso que venía de Bucarest; imagínate lo que es para quienes salen de una aldea, ¡un shock!”, cuenta la rumana Steluta Stienga.

¿Integrarse o convivir sin mezclarse?
También es la opinión de la intrépida Qiao Nan Liu, quien se ha rebautizado, oficiosamente, como Esperanza para facilitar las cosas. “Trabajaba como presentadora en la televisión estatal china, pero como había estudiado Filología Hispánica y quería hacer un máster, vine a estudiar a Madrid. Intenté quedarme a trabajar aquí, pero era muy complicado. Después de estar un año parada, regresé a China, pero más tarde volví a intentarlo: tenía a mi pareja en España y decidí que, si no me contrataban, crearía mi propia empresa. Me di cuenta de que hay mucho desconocimiento de nuestra cultura y, aunque los empresarios españoles quieren acercarse a la comunidad china, no saben cómo hacerlo. Por eso monté mi empresa, para que fuera un nexo de unión entre las dos culturas. Hay muchos jóvenes chinos muy preparados que pierden competencia al llegar aquí porque les falta esa plataforma, y no quería que se repitiera mi historia”.

Mercedes Factos llegó desde Ecuador hace casi 12 años buscando mejorar el futuro de su hijo. Por entonces, ella ya tenía claro que, si se iba a instalar en España, tendría que hacerse a las costumbres de aquí, aunque mantuviera las suyas. “No siempre es fácil, pero si se quiere, se puede –afirma–. Al fin y al cabo, tenemos muchas similitudes, y entre eso y que el idioma no es ninguna barrera, solo hace falta tener la voluntad de integrarse. Creo que lo hemos logrado, porque lo que te afecta a ti me afecta a mí, seas de donde seas, desde el pago de impuestos a la subida del gas o el transporte. Sin diálogo, todos perdemos”, explica Mercedes.

Zahra Ramadan
también opina que es crucial la integración para que la convivencia funcione. Y cree que las mujeres de su pueblo, el saharaui, salen ganando con ello, igual que los españoles.

Luchar contra los estereotipos
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Hasta aquí, todo se refiere a lo que ellas hacen por adaptarse a su nuevo país de residencia. Pero, ¿cuál es la actitud de los españoles? ¿Facilitamos las cosas a los que vienen de fuera o se lo ponemos difícil? Para Sikitu Kadjuru, que nació en la República Democrática de El Congo, pero ha crecido, estudiado y trabajado en cuatro de los cinco continentes, hay creencias muy arraigadas.

Explica  que  en su caso tuvo no solo una buena acogida, sino también mucho apoyo institucional “hasta en locuras como la creación de la Asociación de Estudiantes Extracomunitarios de la Universidad de Alcalá”, de la que es fundadora. Esperanza ya no se asombra tampoco cuando le preguntan qué hacen los chinos con sus fallecidos u otras leyendas urbanas. Pero cree que poco a poco, cuando vayamos conociendo más su cultura, todo eso terminará.

Para algunas comunidades, por lo tanto, sus jóvenes se han convertido en el puente hacia el futuro. Pero cuando se les pregunta por el papel de la mujer en esta integración de culturas, todas lo tiene claro: para ellas, es el vehículo más importante por el que apostar. No sólo porque ahora sean las mujeres quienes encabecen las migraciones, sino también porque, al ser las principales educadoras en casa, transmiten a sus hijos sus ideas. “El rol de la mujer, que además en el caso de la mujer saharaui es una luchadora que rompe estereotipos, es fundamental. Por eso es tan importante apostar por su formación y culturización”, apostilla Zahra Ramdan.

Un modelo con mucho futuro

Sikitu opina que, “como inmigrantes, somos embajadoras de nuestro país, y tratar de enseñar nuestra cultura también es una tarea que nos imponemos”. Cuando concluye la charla, intercambian tarjetas, se hacen una foto antes de despedirse, quedan en organizar una comida…

Puede que esta situación no sea extrapolable a todos los rincones de España, pero aquí y ahora la multiculturalidad no parece ese modelo fracasado del que hablaba Merkel. ¿La conclusión de estas mujeres? Que, aunque quede camino por recorrer, en esta sociedad es relativamente sencillo hacer que convivan y se relacionen culturas tan diferentes. “Quizá sea el carácter abierto que tenéis o que os gusta relacionaros.

Lo cierto es que nos conceden espacio en las iglesias, tenemos áreas específicas en los ayuntamientos para integración, hay semanas interculturales… En España no sólo se convive, se disfruta”, dice Steluta.

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